sábado, 31 de mayo de 2008

Exposición de pinturas figurativas: 'ENCUENTROS Y PÉRDIDAS' de Pepe Devesa

Pepe Devesa nos regala una nueva muestra de su obra. Su mirada, auténtica y poderosa, dignifica y embellece el mundo. El que quiera comprobarlo, que acuda a la exposición que dentro de unos días se abrirá en Valencia.
Para abrir boca podéis acudir con este vínculo y asomaros a la ventanita fotográfica con algunas muestras:
OBRA DE PEPE (EMILIO) DEVESA.

Galería Rosa Santos.
Valencia, C/ Bolsería nº 21,
de martes a sábado de 17.00 a 21.00.
Inauguración viernes 13 de junio, 20.00
También se proyectara un vídeo con "performances" realizadas desde 1987 al 2000...
  • Esta es la magia del arte efímero. Acciones artísticas, casi siempre afortunadamente provocadoras, que te llaman desde fuera, que te cuestionan tus esquemitas de andar por casa, que se rebelan contra el "sentido común".
Acciones, performances, hapenings. La máxima entrega, el todo y la nada. Recuerdo una en la que yo,día de inauguración, filmaba la llegada de la gente a un precioso palacio, con su claustro, dos pisos con bonitos arcos. Yo, en el de arriba cámara al ojo y veo al artista desnudándose, quitandose el mono de trabajo... Naturalmente baje a toda prisa para tomar de cerca la cosa y vi como sobre un cuadro hermoso, como siempre repleto de detalles preciosos y precisos, Emilio Devesa, ahora Pepe, depositaba sobre él sus ropas, acto seguido y seguido por la gente, lo ató con una buena maroma lo lió y tiró de él y así, lo arrastró todo hasta la calle y allí con un soplete calcinó la ropa, dejando una marca, una gran mancha marrón sobre aquella pintura. ¡Oh!

Peter Brook y el espacio vacio
"... El happening es un invento formidable que destruye de un golpe muchas formas muertas, por ejemplo lo que de lóbrego tienen las salas teatrales, los adornos sin encanto del telón, las acomodadoras, el guardarropa, el programa, el bar. El happening puede darse en cualquier sitio, en cualquier momento, sin importar la duración que tenga: nada se requiere, nada es tabú. El happening puede ser espontáneo, ceremonioso, anárquico, puede generar intoxicadora energía. El happening lleva consigo el grito de «¡Despierta!».
Van Gogh ha hecho ver la Provenza con nuevos ojos a generaciones de viajeros, y la teoría de los happenings es que se puede llegar a sacudir al espectador de tal manera que vea con nuevos ojos, que despierte a la vida que le rodea. Esto parece sensato, y en los happenings la influencia del zen y del pop art se unen para crear una combinación norteamericana del siglo XX perfectamente lógica.
Pero hay que ver la tristeza que produce un mal happening para creerlo. Dad a un niño una caja de pinturas; si mezcla todos los colores el resultado será siempre el mismo gris-pardusco barroso. El happening es siempre el producto infantil de alguien e inevitablemente refleja el nivel de su inventor: si es el trabajo de un grupo, refleja los recursos internos de dicho grupo.
Con frecuencia esta forma libre queda por completo encerrada en los mismos símbolos obsesivos: harina, pasteles de nata, rollos de papel, la acción de vestirse, desnudarse, endomingarse, volverse a desnudar, cambiarse de ropa, hacer aguas, tirar agua, soplar agua, abrazarse, rodar, retorcerse. Se tiene la impresión de que si el happenig pasara a ser una forma de vida, por contraste, la más monótona existencia parecería un fantástico happening.
Resulta muy fácil que un happening no sea más que una serie de suaves conmociones seguidas de relajaciones que se combinan progresivamente para neutralizar las posteriores conmociones antes de que lleguen. O también que el frenesí de quien provoca la conmoción intimide al conmocionado hasta convertirlo en otra forma de público mortal: el paciente comienza con buen ánimo y cae en la apatía tras el asalto.
La verdad es sencillamente que los happenings han dado cuerpo no a las formas más fáciles, sino a las más exigentes. Al igual que las conmociones y sorpresas hacen mella en los reflejos del espectador, de modo que repentinamente queda más abierto, más alerta, más despierto, la posibilidad y la responsabilidad aumentan tanto en el espectador como en el intérprete.
El instante ha de aprovecharse, pero cabe preguntarse cómo y para qué. Aquí volvemos a la cuestión primordial, es decir, qué es lo que estamos buscando. El happening es una nueva escoba de gran eficacia: indudablemente arrastra la basura, pero al tiempo que despeja el camino vuelve a oírse el viejo diálogo, el debate entre la forma y la carencia de forma, entre libertad y disciplina; dialéctica que se remonta a Pitágoras, que fue el primero en oponer los términos de Límite e Ilimitado.
Es muy útil usar migajas de zen para afirmar el principio de que la existencia es la existencia, que cada manifestación contiene en sí todo, y que una bofetada, un pellizco en la nariz o un pastel de crema representan por igual a Buda. Todas las religiones afirman que lo invisible es siempre visible. Aquí radica la dificultad. La enseñanza religiosa, incluido el zen, afirma que este visibleinvisible no puede observarse automáticamente, sino que sólo se puede ver dadas ciertas condiciones, que cabe relacionar con ciertos estados de ánimo o cierta comprensión.
En cualquier caso, comprender la visibilidad de lo invisible es tarea de una vida. El arte sagrado es una ayuda a esto, y así llegamos a una definición del teatro sagrado. Un teatro sagrado no sólo muestra lo invisible, sino que también ofrece las condiciones que hacen posible su percepción.
El happening pudiera relacionarse con todo esto, pero la actual falta de adecuación del happening reside en que se niega a examinar en profundidad el problema de la percepción. Cree ingenuamente que el grito « ¡Despierta!» es suficiente, que el simple
«¡Vive!» trae la vida. Está claro que se necesita algo más. Pero ¿qué más?
En su origen, el happening intentaba ser la creación de un pintor que, en vez de pintura y tela, cola y serrín, u objetos sólidos, empleara personas para lograr ciertas relaciones y formas. Al igual que un cuadro, el happening intenta ser un nuevo objeto, una nueva construcción introducida en el mundo, para enriquecer al mundo, para añadirse a la Naturaleza, para afincarse en la vida cotidiana..."
EL ESPACIO VACÍO ARTE Y TÉCNICA DEL TEATRO
BROOK, Peter.
Ed. Nexos, Barcelona 1994. (Pags 69-77).
"Encuentros y pérdidas. Devesa returns
La cosa podría ser así: de aquellos polvos vinieron estos lodos. Me refiero a la mezcla entreverada de pigmentos y pintura, de personajes y vivencias, de amores y sexo. Todas estas cosas —me atrevería a decir que siempre— han estado en la base en la obra de Pepe (antes Emilio) Devesa, un artista polifacético, auténtico, pintor exuberante y performer radical, que en los últimos años ha desarrollado su actividad en el circuito underground de Barcelona. Ahora vuelve a Valencia, donde no exponía desde hace una década (allí donde se "purgaban" almas como la suya y las de Óscar Mora o Chema López), para mostrar los cuadros vividos y pintados en la misma galería, entonces PostPos, donde ya expuso en 1994.
La pintura de Devesa es tremendamente autobiográfica y así se despliega en esta recopilación de sus últimas andanzas, las mismas que le llevaron a las kedadas de osos a finales de los noventa. Así, desde que pasara a formar parte de la comunidad, uno más en el abrazo del oso, ha adoptado como modelo a esos tipos corpulentos, peludos y gays, cuya estética enraiza en el San Francisco de los años ochenta. Uno más, no ha dejado de hacer el oso, de galantear, de cortejar sin reparo ni disimulo, por lo que no es de extrañar que en cada cuadro nos encontremos con una historia, con hechos, relaciones y retratos de grupo. Siempre retratos. Aquí está esa manada osuna que responde a un modelo de belleza masculina de cuerpos estupendos, exaltados, ostentosos, lujosos (y el sufijo denota abundancia, añade un significado activo que intensifica el valor adjetivo) que esgrimen la intensidad de su físico y reivindican su atractivo en cada cuadro.
La pasión por la figura, ese modelo; la sugerencia del cuerpo, su textura al tacto, el nudo desnudo… Todo se multiplica en la manera de aprovechar las vetas de la madera (en ocasiones virgen) convirtiéndolas en una suerte de epidermis de la pintura, con tanto vello. Casi todo en los cuadros de Pepe Devesa es sensual, erótico muchas veces, insistiendo en los dominios del placer del tacto: ese acercarse a la tersura de la piel en las veladuras, ese mostrarse desnuda y aparentemente desprovista de cualquier apoyo, de nada que no sea ella misma. La importancia del tacto visual, de tanto cuerpo desnudo, subraya la irremediable necesidad de tocar, de palpar allí donde un pecho se dibuja o se decora con vello real —como aquel corazón peludo de mediados de los noventa—; allí donde en otro pecho descubrimos las puntas amenazantes de unos clavos que atraviesan el soporte.
El personal valor simbólico condensado en estos elementos reales o representados (unos cuernos, unas llamitas, el fondo de un mapa dorado, una careta, mil mariposas, un colmillo retorcido, una manzana mordida… entre la metáfora y el exorcismo) se complementa con una manera de narrar en imágenes que recuerda la pintura medieval por esa acumulación de personajes y escenas, por la composición en collage de distintos momentos sobre el mismo plano. Además, en el laberinto de las tentaciones, las figuras defienden un dibujo muy cuidado, perfilado y pirograbado, trabajado por capas, que después se va rodeando por todos esos elementos narrativos, incluso hasta el marco, sus trabajados marcos. El particular barroquismo de Devesa, un horror vacui que resulta marca de la casa, hace que los cuadros se desborden como queriendo superar sus márgenes, como proyectándose en la misma realidad de la que son reflejo, para insistir en su continuidad.
Incluso entre ellos. Por eso, cada cuadro es como una cicatriz, como un "siempre hay esperanza" tatuado en el brazo. Ese es el camino del amor, una accademia del piacere e del dolore, allí donde se mezclan desde el principio esperanzas e ilusiones, encuentros y pérdidas.
La cosa es que Devesa regresa con un autorretrato bajo el brazo, a sabiendas de que el suyo es —como escribió Nilo Casares hace más de diez años— el lado deportivo del amor. Añado: concentrado en la divisa, en esa suerte de logotipo de un corazón cuyas arterias y venas se convirtieron, se transformaron en penes. Eso es la distancia del amor, el mismo con el que se arma de valor para plantarle al frente el espejo (los cuadros) a una Medusa de penes, tantas Gorgonas de pollas."

Ricardo Forriols


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